Dulce, fino, añejo, tradicional, sorprendente, intenso, meloso, costero, artesanal… Gijón deja en tu paladar un recuerdo más que sabroso. En esta ciudad se experimentan un conjunto de sensaciones que difícilmente puedes llevarte en la maleta, aunque sí se reviven con una sonrisa en los labios al pensar en los deliciosos bocados que allí puedes -y debes- probar.
El primer encuentro con la dulzura en Gijón es la amabilidad de sus gentes que, con un entrañable acento asturiano, terminan muchas palabras en “-ino” o “-ina”, y tadrarán poco en ofrecerte probar un quesino de la tierra, o beber una sidrina.
Para una amante del queso como yo, el Gamonéu, el Cabrales, Los Beyos, el Varé, el Afuega’l pitu blanco o el Vidiago son exquisitos manjares asturianos que llevarse a la boca y disfrutar desde Gijón. En el restaurante El Puerto, digno merecedor de su estrella Michelín, situado junto a la orilla del mar Cantábrico haciendo honor a su nombre, me sedujo especialmente este original postre: sopa de queso de cabra, avellanas y helado de miel, ¿apetecible, verdad?